Archivos para junio, 2012

ImageCamilo Durán Casas voló a los 58 años de edad

El recuerdo que tengo de Camilo Durán Casas es el de un comunicador íntegro, seguro y de un humor inteligente. Tuve ocasión de entrevistarlo a la entrada del auditorio Pablo Oliveros Marmolejo de la Fundación Universitaria del Área Andina de Pereira, cuando en el año 2011, el grupo de periodistas de Caracol Radio encabezado por Darío Arizmendi, Gustavo Gómez, Erika Fontalvo, Durán Casas y Pacho Benítez, visitaron la institución académica, y desde ese lugar emitieron en directo su habitual espacio informativo que se prolongó durante toda una mañana.

El objetivo, por encargo del director del programa Santiago Gómez Mejía, era entrevistar a los diferentes periodistas de Caracol y hablar con ellos alrededor de la importancia y el impacto de la Comunicación Audiovisual y Multimedios.

El diálogo con los comunicadores de la cadena radial debía hacerse durante la emisión de las cuñas, momento en que salían al corredor a tomar agua, recibir algún tinto o a responder su teléfono celular.

La mañana iba rápido y cuando el operador de audio soltó la serie de comerciales, Durán Casas se alejó del micrófono, se paró de su silla  y se desplazó a la pequeña entrada del auditorio donde había mesas con pasabocas y pocillos con café negro. 

Durán Casas era alto, erguido, de cabello negro corto, pintoso como un galán de telenovela y de semblante amable. Llevaba un bléiser, camisa de puño, pantalón de paño y zapatos de material. Hablaba por su celular. Poco a poco me fui acercando.

La seguridad de un piquete de hombres con radio y mirada fija no me impidieron que conversara con él. Esperé a que acabara de hablar. Él guardó su teléfono en el bolsillo interno del saco y de inmediato lo abordé. No contaba con mucho tiempo. Me presenté y sin mayor titubeo le lancé la primera pregunta.

¿Me da su  nombre completo?

Camilo Durán Casas.

¿Durán Durán en Soho?

Exacto. (Con este título, Durán Casas firmaba su columna de opinión en ésta revista. Durán Durán alude al grupo de rock británico importante en la década de los 80).

¿Usted cómo analiza la presencia y el impacto de un comunicador para la ciudad?

Es absoluta. La comunicación es el mecanismo que tiene la sociedad para conocerse a sí misma, para transmitir experiencia y conocimiento, para destapar irregularidades, para airearse. De manera que la importancia de un comunicador es fundamental, porque es la correa de transmisión entre los poderes, entre la sociedad civil y el Estado, entre los funcionarios públicos y los particulares. Es determinante.

Esta es una nueva carrera que se llama Comunicación Audiovisual y Multimedios, ¿usted cómo encuentra estas nuevas plataformas de transmisión de información?

Me parece que no solo a través del audiovisual, sino a través del Twitter, del Facebook e internet nos estamos relacionando como ciudadanos. Todo eso lo que permite a uno pensar, es que siempre el mudo ha estado en avance permanente, porque el deseo de comunicación del hombre es inherente a su naturaleza.

Lo que pasa es que uno siempre cree que uno está viviendo en el último momento de avance y desarrollo pero eso no es así. Siempre hemos estado en permanente desarrollo. Lo que pasa es que hoy un determinado medio nos pude parecer obsoleto, pero en su momento fue una revolución, como lo fue la radio, la imprenta, como lo pudieron ser las señales de humo de hace 2.500 años o los tambores en su momento.

Lo que creo es que ahora vemos unos desarrollos que nos apabullan, que nos conmueven, que nos asombran, pero dejarán de ser importantes porque vendrán otros. 

Quedará siempre en el ambiente y quedará como testimonio el paso del hombre por La Tierra, el deseo de comunicarse, el deseo de intercambiar información, el deseo de conocer quiénes son las personas que nos rodean y con quiénes nos tocó en el vagón.

¿Usted qué requisitos le exige al comunicador de este nuevo tiempo?

Yo creo que lo primero es que uno debe tener una especialización. Uno no puede comunicar todo. El mundo de hoy exige cada vez más una especialidad. Uno no puede ser un buen comunicador en economía, un buen comunicador en deportes, un buen comunicador en cocina y un buen comunicador en política. Quizá en otros tiempos no muy remotos, uno podía cumplir esa multifunción.

El consejo que yo le diría a un comunicador es que se dedique a pensar cúal es el tema que más le apasiona y con base en eso, dedíquese a estudiar sobre ese tema porque si se pone a tratar de cubrir todos los temas y todas las inquietudes no lo va a lograr.  El que mucho abarca poco aprieta.  

Al terminar, Durán Casas, sonrío, giró hacia la puerta, volvió a la emisión y no lo volví a ver más.

Foto tomada de: http://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/fallecio-el-periodista-camilo-duran-casas/20120609/nota/1703053.aspx

Por Franklin Molano, docente del Programa de Comunicación Audiovisual y Multimedios, Fundación Universitaria del Área Andina, seccional Pereira.

ImageHace unos días llegó a mi correo electrónico una carta escrita por una maestra preocupada por la calidad de la televisión privada colombiana, a raíz del lanzamiento de la serie Escobar, el patrón del mal de Caracol. Supongo que la remitente es madre de familia, contribuyente juiciosa de las arcas municipales y nacionales, creyente practicante, donante de sangre y profesionalmente impecable en su trabajo.

En primer lugar, la carta comienza acusando a los canales de televisión privada de «[haber] servido de reafirmante y de estimulante para que ante el resto del mundo, Colombia sea visto como un nido de ratas y, por ende, que los colombianos que viven en el extranjero sean discriminados, marginados, maltratados, agredidos moral y físicamente».

Creo que, como es deber de la academia participar en este debate, en el marco de escenarios de tolerancia y deliberación respetuosa, me permito responder públicamente la carta de la maestra:

“Profesora:

En el resto del mundo, a los colombianos nos consideran mafiosos porque somos el primer país exportador de cocaína, y eso no se lo inventó RCN, ni Caracol, ni Santos, ni nadie. Es una realidad. En el resto del mundo hay 13.200 compatriotas encarcelados y además, según cifras de la Cancillería, el 78% de los colombianos que se encuentran presos en otros países, fue detenido por delitos relacionados con narcotráfico. Los demás están acusados por violaciones a leyes migratorias, hurto, atraco, homicidios y tráfico de personas. Todo un abanico de posibilidades con el que nos hemos ganado a pulso la imagen que tenemos fuera del país, sin nombrar collares bomba, violaciones y empalamientos, corrupción y fraude; delitos cometidos no ya en el extranjero sino en el territorio nacional.

Los datos son concluyentes, a mi modo de ver: Los colombianos somos vistos como ladrones e infractores de la ley en el extranjero porque las estadísticas así lo determinan, no porque las producciones de la televisión privada colombiana hayan permeado de tal forma el imaginario de los extranjeros.

En segundo lugar, dice usted que además de ser culpables del maltrato al que nos vemos avocados los colombianos en el exterior, los canales son corresponsables de reproducir en la juventud colombiana mensajes equivocados sobre cómo debe vivirse la vida. En eso puedo llegar a estar parcialmente de acuerdo, pero haciendo muchísimas salvedades, algunas de las cuales menciono a continuación.

Primera: el efecto de la televisión sobre las mentes de los espectadores está determinado, principalmente, por la existencia o no de conductas ya evidentes en el receptor y que lo hacen más o menos influenciable por los mensajes emitidos, buenos o malos.

Seguir creyendo ciegamente en la caduca teoría de la aguja hipodérmica es estancarse teórica y pragmáticamente en un debate superado hace ya mucho tiempo. Me explico: un suicida que ve Supermán puede estar más propenso a ponerse unos calzoncillos rojos encima de una trusa azul y lanzarse del quinto piso de su edificio. A nadie en la actualidad se le ocurriría, aunque hace unos 50 años se le ocurrió a algún sociólogo, que el culpable de que ese suicida hubiera muerto aplastado contra el asfalto era la Warner Brothers. El señor se suicidó porque tiene un desorden mental, no por ver Supermán y querer ser Clark Kent. A uno no le dan ganas de volverse narcotraficante cada vez que termina el Patrón del mal. A un niño de las comunas de Medellín no le dan ganas de salir a robar, violar y matar porque vio una serie televisiva en Caracol. Le darán ganas de delinquir porque la sociedad en que vivió le enseñó a que así sobresalía y alcanzaba sus metas. En ese sentido, son más culpables de dichos comportamientos, desde mi punto de vista, su papá (si tiene), su mamá, y todos nosotros que le mostramos con nuestras actitudes diarias que la pobreza y la falta de oportunidades se combate en este país con balas.

Según Corpoeducación «una persona sin educación primaria tiene un 80% de probabilidad de continuar siendo pobre. Está comprobado que la educación es clave para combatir la pobreza y que se necesitan por lo menos 12 años de estudio para lograrlo. Cuando la educación es de mala calidad o no alcanza los 12 años, la probabilidad de tener hijos pobres o más pobres varía entre 82% y 91%».

Y la educación no es únicamente la televisión. La educación son  -principalmente- los papás, los hermanos, la familia, el barrio. Los docentes profesora, los docentes son más responsables de la educación que la televisión. Un niño educado no es fácilmente influenciable por los mensajes de entretenimiento que emite la televisión. O a usted, que supongo profesional, ¿le han dado ganas de ir a robar la tienda de la esquina cada vez que termina la serie de Escobar? ¿O quizás le entran unos deseos incontrolables de dejar todo e irse a contrabandear a La Guajira?

El problema, profesora, no es poner más documentales y menos capos. La solución es evitar que se generen los condicionamientos previos que sirven de catalizadores externos para que la TV sea transmisora de antivalores. El problema son la familia y la escuela, no la pantalla, ni los canales privados. Prohibirles ver TV no soluciona nada; enseñarlos a verla, dándoles herramientas para que sepan qué está bien y qué no, es la verdadera solución. La responsabilidad no es de RCN, es suya y mía.

¿O es que Pablo Escobar terminó siendo el delincuente que fue por ver tanta televisión durante los años sesenta? ¿O los Rodríguez Orejuela montaron el cartel de Cali para parecerse a Rambo y a Los Ángeles de Charlie -¡válgame dios, que serie tan dañina!-? No creo, y me ofende moral e intelectualmente que algunos aún piensen que sí, para seguir responsabilizando a otros, desde la comodidad de su sillón, de los desmadres a los que se ve avocada esta sociedad.

Si el problema son los medios, no permitamos a los jóvenes leer prensa, navegar en Internet. ¡Qué no conozcan nuestra historia, plagada de actos violentos, guerras civiles y sangre! ¡Qué ni se les ocurra ver noticieros! Y Café, con aroma de mujer, ni de riesgos: infidelidad y personajes tomando aguardiente mientras trabajan. Yo soy Betty la fea: ladrones de empresas y triquiñuelas financieras en el transfondo de una novela que enseña el tierno mensaje de que ser feo no importa. ¡¡¡Horror!!!. Y qué me dicen del Chavo del ocho: deudores morosos, huérfanos indigentes, golpizas y ridiculizaciones frecuentes a los niños. ¡¡¡Qué la virgen y todos los santos nos protejan!!!! Bob Esponja, ¡¡¡un muñeco homosexual!!!, ¡¡¡el apocalipsis!!! Apaguen los televisores, por el bien de nuestro futuro.

Todas esas cosas hacen parte de la vida. De esa sociedad que usted y yo, y mis bisabuelos y los suyos construimos. RCN y Caracol son apenas reproductores de esa realidad y eso, desde mi punto de vista, es positivo. El problema no es la manera como se emite el mensaje, querida profesora, el problema es la manera como permitimos que sea recibido. Un mundo en el que los canales privados colombianos solo emitieran programas culturales, digamos por ejemplo Romeo y Julieta, en el horario prime (ojo: suicidio, odios, amores prematrimoniales, asesinatos) no solo sería aburridísimo, sino que privaría a nuestra juventud de enterarse cómo es el mundo que está allá afuera. Negarles esa posibilidad es equivalente a negarle a un alcohólico la posibilidad de reconocer que lo es para empezar a curarse.

Creo que el deber de los medios es mostrar la realidad y la de los mediadores (usted, yo, todos nosotros), explicarle a nuestra juventud qué está bien y qué está mal, para que la televisión no se convierta en esa máquina diabólica a la que usted, injustificadamente, culpa de muchos de nuestros males.

Y recuerde también que entretener es otro deber de la televisión. Hay formatos televisivos cuyo objetivo y alcance no es simplemente informar, otros que tampoco pretenden enseñar. No le exija a todos los formatos fidelidad histórica. Las diversas narrativas audiovisuales, así como las literarias, permiten licencias. No le pida a Escobar, el patrón del mal absoluta y estricta fidelidad en lo histórico, así como no le pidió a El general en su laberinto, de García Márquez, tal condición. Una enciclopedia con imprecisiones históricas es una basura, pero una novela histórica no lo es, porque desde su formato narrativo y estético, descarta la fidelidad como característica distintiva. De la misma manera, un documental históricamente inverosímil no merece ser visto ni recomendado, pero una serie de televisión no tiene dicha pretensión, y por tanto no puede ser atacada por ello.

A mi juicio, Escobar, el patrón del mal cumple un papel fundamental como ejercicio de recuperación de una memoria histórica parcialmente olvidada. Por primera vez en casi veinte años el país está hablando otra vez de Escobar, de la infame historia escrita por el cartel de Medellín a finales del siglo pasado. La pregunta es: ¿La responsabilidad de enseñarle a los jóvenes menores de 20 años la historia del narcoterrorismo es de Caracol o RCN –quienes no pretenden hacerlo, por el formato que deliberadamente escogieron en esta ocasión para contar esa historia– o es nuestra como padres, madres, docentes o empresarios? ¿Cuántos de esos padres, docentes y empresarios que se quejan, como usted, de esta serie, han discutido la historia –tal como creen que se debe contar– con sus hijos, alumnos o colegas? ¿Cuántos han recomendado documentales o documentos históricamente relevantes para contextualizar ese período histórico a quienes no lo vivieron?

Nuevamente, responsabilizar de la violencia de este país a alguien diferente a uno mismo, es, paradójicamente irresponsable. Si el problema fueran los canales privados, la televisión o la interpretación que hace Andrés Parra de Escobar, aquí no habría violencia hace mucho. Y si aún sigue convencido de que así es, postúlese a la presidencia con un programa de gobierno que prometa cerrar estos canales y retorne al esquema de televisión pública, controlada por su gabinete, que solo emita Plaza Sésamo y documentales todos los días. La historia le reconocerá por siempre como la salvadora que esta nación siempre buscó. “Por un país sin canales privados y sin violencia”, puede ser su lema.

Mi propuesta es diferente. Asuma su parte de responsabilidad en la violencia que tanto repudia, no responsabilice a formatos televisivos que no tienen la pretensión de ser fieles históricamente de no serlo, resista la manipulación de los medios pensando con sentido crítico mientras los ve. Lea más, si así le parece, proponga a sus alumnos, hijos y colegas que lo hagan también. Discuta, recomiende, construya.

Sospecho que el problema de violencia de este país tiene que ver mucho menos con los medios, y mucho más con la manera como nosotros, como individuos responsables, estamos actuando y asumiendo los retos que este nuevo siglo nos impone.

Atentamente,”

Imagen tomada de: http://www.facebook.com/EscobarElPatron

Por Santiago Gómez, director del Programa de Comunicación Audiovisual y Multimedios, Fundación Universitaria del Área Andina, seccional Pereira.

La crónica atraviesa su mejor momento

Luego de leer más de 1.000 crónicas y seleccionar por espacio de año y seis meses el mejor material, el poeta Darío Jaramillo Agudelo cuenta en este diálogo pormenores vitales de cómo armó esta Antología, libro que hoy circula a lo largo del continente.

¿Por qué un poeta interesado en la crónica?

El punto de partida de esta antología es mi pasión lectora. Desde hace muchos años leo crónicas, me gusta y me parece que es un género muy importante, en el que por lo menos hay una intención estética en el uso de las palabras y eso se aprecia en algunos cronistas que lo hacen así.

Con esa experiencia mía como lector, la cual abarca desde Carlos Monsiváis (Días de guardar, México 1970 y A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, México, 1978),   Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco, 1971), Tomás Eloy Martínez (Lugar común la muerte. Colección de relatos. 1979) y Gabriel García Márquez, me di cuenta que había una especie de auge de la crónica, caracterizado por la existencia de revistas dedicadas a este género, como por ejemplo: El Malpensante, Soho y Gatopardo. 

En ese punto, un editor me encargó a finales del año 2008 y a principios del 2009 que hiciera la Antología de la crónica latinoamericana actual. Yo me dediqué a hacer un barrido. Leí más de 1.000 crónicas para llegar a una selección. La editorial Alfaguara fue la que publicó el libro, y este año (2012) lo presentó en España en el mes de febrero, en Colombia en abril, en Argentina en mayo y creo que en julio será la edición para México.

En ese barrido, ¿qué temas centrales encontró?

Hay varias cosas: un cambio de paradigma. Ya no interesa la noticia sino las historias insólitas que puedan atrapar al lector. El otro paradigma es que la crónica no puede ser aburrida. Los temas son los submundos, lo marginal, la pobreza, las tribus urbanas, la prostitución infantil y la trata de personas, con trabajos como los que ha hecho la escritora mexicana Lydia Cacho. Por otro lado, se retratan los grandes ritos: conciertos, carnavales, los partidos de fútbol y de béisbol, las grandes manifestaciones sociales. Y un tercer tema, con el perfil, que es ese retrato de los personajes que se consideran atractivos. En cierto momento, Martín Caparrós, cronista argentino, señaló que el arte de la crónica consiste en que la gente se interese por temas que los demás no se interesarían, y esa es la magia que tiene un cronista.

Hábleme un poco del origen de la crónica. Dicen que proviene de España, otros hablan que es caribeña, ¿Cúal es su mirada?

Nace de varias partes. Primero, hay una tradición en castellano de los cronistas de Indias. De otro lado, están los cuadros costumbristas del Romanticismo. Están las cronistas de autores modernistas. Está el periodismo social de los años 30. Está el boom de la literatura  latinoamericana, principalmente con García Márquez y de otros, como el mexicano Carlos Fuentes, fallecido un mes atrás.

Otra vertiente, es el surgimiento en los Estados Unidos, donde hay grandes cronistas como: Norman Mailer (1923-207) y Truman  Capote (A sangre fría), y otros como Gay Talase (Frank Sinatra está resfriado). Ellos alimentaron la crónica actual. En Europa, está la obra del polaco Ryszard Kapuscinski (El Emperador, Ébano, La guerra del fútbol, Un días más con vida), quien tuvo mucho que ver con el auge de la crónica latinoamericana. De tal manera, la crónica se alimenta de muchas partes y asume muchas tradiciones, para finalmente consolidar un género, que despunta con autores que nacen después de 1950. Las cabezas que hoy se destacan son: el argentino Martín Caparrós, (El interior, Contra el cambio), el mexicano Juan Villoro (Tiempo transcurrido), la argentina Laila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo), el peruano Julio Villanueva Chang (Elogios criminales y Mariposas y murciélagos) y en Colombia, el más importante para mí, el barranquillero, Alberto Salcedo Ramos (La eterna parranda).

Usted me dice que tiene una relación con la lectura de crónicas desde muy joven, en ese recorrido nacional, ¿qué autores de este género lo  seducen?

En Colombia, los cuadros de costumbres, entre ellos: Vergara y Vergara, Emilio Casas y Tomas Carrasquilla. Luego en los años 20, está Luis Tejada, interesado en captar la realidad inmediata. Más adelante Ximénex y Felipe González Toledo, que son de la prensa bogotana. Luego de adolescente leí a los clásicos: La noche de Tlatelolco  y Días de guardar.

En Colombia, en los años 70, aparecen Colombia Amarga de Germán Castro Caicedo, y luego viene Perdido en el Amazonas, que ya son clásicos.

En otros países suceden fenómenos paralelos. En Argentina está Tomas Eloy Martínez, Roberto Arlt (Aguafuertes), Ricardo Piglia (Plata quemada) y Rodolfo  Walsh (Operación masacre). En Puerto Rico está Luis Rafael Sánchez, famoso por la novela La guaracha del Macho Camacho, que también es un gran cronista y en éste mismo país hay una mujer, Ana Lydia Vega.

¿La crónica está relacionada con el humor?

Es uno de los ingredientes, pero muchas veces las historias que se cuentan son tan trágicas, que no dan lugar al humor, como si hay textos que son muy hilarantes.

También se señala que la crónica está desgastada, que solo, como usted dice, está en revistas ¿usted qué considera?

Está en pleno auge y se ha salido de madre.  En el Salvador hay un diario virtual que se llama El Faro donde han surgido los cronistas más importantes de este país. En éste mismo lugar, la prensa diaria publica cada semana un suplemento dedicado a la crónica.

Pero mirando medios más contemporáneos, la red es una fuente de crónica. Cada vez se encuentran excelentes cronistas que solo publican en la web.  En la red la cosa va por nichos, entonces la gente sabe dónde está la fuente. Cada vez hay más y se produce mejor crónica en la red.

Luego de largas horas de lectura, ¿cual es para usted su definición de crónica?

La que más me gusta repetir es una de García Márquez, que es muy definitoria: la crónica es un cuento que es verdad. Hay otras: Villoro dice que es literatura bajo presión. Mario Jursich, director de Elmalpensate dice, que es un género que tiene un pie en la ficción y otro en la notaria.

¿Cómo fue su metodología y la rutina de trabajo?

Aspiraba a producir un libro para llevar a una isla desierta con crónicas muy entretenidas y eso lo logré. Al final me queda la sensación de que el género va tan bien que la cantidad de crónicas escogidas no caben en un libro, caben en varios libros, es decir queda abierta la ventana para seguir haciendo selecciones. Estamos en un momento glorioso del género.

¿Luego de este trabajo, usted a qué está dedicado?

Yo no hago nada. Básicamente nada. Estoy dedicado a la vagancia. En mis retos libres escribo versos o hago antologías, pero lo principal, es hacer nada.

Imagen tomada por: Franklin Molano Gaona

Por Franklin Molano, docente del Programa de Comunicación Audiovisual y Multimedios, Fundación Universitaria del Área Andina, seccional Pereira.