Hace unos días llegó a mi correo electrónico una carta escrita por una maestra preocupada por la calidad de la televisión privada colombiana, a raíz del lanzamiento de la serie Escobar, el patrón del mal de Caracol. Supongo que la remitente es madre de familia, contribuyente juiciosa de las arcas municipales y nacionales, creyente practicante, donante de sangre y profesionalmente impecable en su trabajo.
En primer lugar, la carta comienza acusando a los canales de televisión privada de «[haber] servido de reafirmante y de estimulante para que ante el resto del mundo, Colombia sea visto como un nido de ratas y, por ende, que los colombianos que viven en el extranjero sean discriminados, marginados, maltratados, agredidos moral y físicamente».
Creo que, como es deber de la academia participar en este debate, en el marco de escenarios de tolerancia y deliberación respetuosa, me permito responder públicamente la carta de la maestra:
“Profesora:
En el resto del mundo, a los colombianos nos consideran mafiosos porque somos el primer país exportador de cocaína, y eso no se lo inventó RCN, ni Caracol, ni Santos, ni nadie. Es una realidad. En el resto del mundo hay 13.200 compatriotas encarcelados y además, según cifras de la Cancillería, el 78% de los colombianos que se encuentran presos en otros países, fue detenido por delitos relacionados con narcotráfico. Los demás están acusados por violaciones a leyes migratorias, hurto, atraco, homicidios y tráfico de personas. Todo un abanico de posibilidades con el que nos hemos ganado a pulso la imagen que tenemos fuera del país, sin nombrar collares bomba, violaciones y empalamientos, corrupción y fraude; delitos cometidos no ya en el extranjero sino en el territorio nacional.
Los datos son concluyentes, a mi modo de ver: Los colombianos somos vistos como ladrones e infractores de la ley en el extranjero porque las estadísticas así lo determinan, no porque las producciones de la televisión privada colombiana hayan permeado de tal forma el imaginario de los extranjeros.
En segundo lugar, dice usted que además de ser culpables del maltrato al que nos vemos avocados los colombianos en el exterior, los canales son corresponsables de reproducir en la juventud colombiana mensajes equivocados sobre cómo debe vivirse la vida. En eso puedo llegar a estar parcialmente de acuerdo, pero haciendo muchísimas salvedades, algunas de las cuales menciono a continuación.
Primera: el efecto de la televisión sobre las mentes de los espectadores está determinado, principalmente, por la existencia o no de conductas ya evidentes en el receptor y que lo hacen más o menos influenciable por los mensajes emitidos, buenos o malos.
Seguir creyendo ciegamente en la caduca teoría de la aguja hipodérmica es estancarse teórica y pragmáticamente en un debate superado hace ya mucho tiempo. Me explico: un suicida que ve Supermán puede estar más propenso a ponerse unos calzoncillos rojos encima de una trusa azul y lanzarse del quinto piso de su edificio. A nadie en la actualidad se le ocurriría, aunque hace unos 50 años se le ocurrió a algún sociólogo, que el culpable de que ese suicida hubiera muerto aplastado contra el asfalto era la Warner Brothers. El señor se suicidó porque tiene un desorden mental, no por ver Supermán y querer ser Clark Kent. A uno no le dan ganas de volverse narcotraficante cada vez que termina el Patrón del mal. A un niño de las comunas de Medellín no le dan ganas de salir a robar, violar y matar porque vio una serie televisiva en Caracol. Le darán ganas de delinquir porque la sociedad en que vivió le enseñó a que así sobresalía y alcanzaba sus metas. En ese sentido, son más culpables de dichos comportamientos, desde mi punto de vista, su papá (si tiene), su mamá, y todos nosotros que le mostramos con nuestras actitudes diarias que la pobreza y la falta de oportunidades se combate en este país con balas.
Según Corpoeducación «una persona sin educación primaria tiene un 80% de probabilidad de continuar siendo pobre. Está comprobado que la educación es clave para combatir la pobreza y que se necesitan por lo menos 12 años de estudio para lograrlo. Cuando la educación es de mala calidad o no alcanza los 12 años, la probabilidad de tener hijos pobres o más pobres varía entre 82% y 91%».
Y la educación no es únicamente la televisión. La educación son -principalmente- los papás, los hermanos, la familia, el barrio. Los docentes profesora, los docentes son más responsables de la educación que la televisión. Un niño educado no es fácilmente influenciable por los mensajes de entretenimiento que emite la televisión. O a usted, que supongo profesional, ¿le han dado ganas de ir a robar la tienda de la esquina cada vez que termina la serie de Escobar? ¿O quizás le entran unos deseos incontrolables de dejar todo e irse a contrabandear a La Guajira?
El problema, profesora, no es poner más documentales y menos capos. La solución es evitar que se generen los condicionamientos previos que sirven de catalizadores externos para que la TV sea transmisora de antivalores. El problema son la familia y la escuela, no la pantalla, ni los canales privados. Prohibirles ver TV no soluciona nada; enseñarlos a verla, dándoles herramientas para que sepan qué está bien y qué no, es la verdadera solución. La responsabilidad no es de RCN, es suya y mía.
¿O es que Pablo Escobar terminó siendo el delincuente que fue por ver tanta televisión durante los años sesenta? ¿O los Rodríguez Orejuela montaron el cartel de Cali para parecerse a Rambo y a Los Ángeles de Charlie -¡válgame dios, que serie tan dañina!-? No creo, y me ofende moral e intelectualmente que algunos aún piensen que sí, para seguir responsabilizando a otros, desde la comodidad de su sillón, de los desmadres a los que se ve avocada esta sociedad.
Si el problema son los medios, no permitamos a los jóvenes leer prensa, navegar en Internet. ¡Qué no conozcan nuestra historia, plagada de actos violentos, guerras civiles y sangre! ¡Qué ni se les ocurra ver noticieros! Y Café, con aroma de mujer, ni de riesgos: infidelidad y personajes tomando aguardiente mientras trabajan. Yo soy Betty la fea: ladrones de empresas y triquiñuelas financieras en el transfondo de una novela que enseña el tierno mensaje de que ser feo no importa. ¡¡¡Horror!!!. Y qué me dicen del Chavo del ocho: deudores morosos, huérfanos indigentes, golpizas y ridiculizaciones frecuentes a los niños. ¡¡¡Qué la virgen y todos los santos nos protejan!!!! Bob Esponja, ¡¡¡un muñeco homosexual!!!, ¡¡¡el apocalipsis!!! Apaguen los televisores, por el bien de nuestro futuro.
Todas esas cosas hacen parte de la vida. De esa sociedad que usted y yo, y mis bisabuelos y los suyos construimos. RCN y Caracol son apenas reproductores de esa realidad y eso, desde mi punto de vista, es positivo. El problema no es la manera como se emite el mensaje, querida profesora, el problema es la manera como permitimos que sea recibido. Un mundo en el que los canales privados colombianos solo emitieran programas culturales, digamos por ejemplo Romeo y Julieta, en el horario prime (ojo: suicidio, odios, amores prematrimoniales, asesinatos) no solo sería aburridísimo, sino que privaría a nuestra juventud de enterarse cómo es el mundo que está allá afuera. Negarles esa posibilidad es equivalente a negarle a un alcohólico la posibilidad de reconocer que lo es para empezar a curarse.
Creo que el deber de los medios es mostrar la realidad y la de los mediadores (usted, yo, todos nosotros), explicarle a nuestra juventud qué está bien y qué está mal, para que la televisión no se convierta en esa máquina diabólica a la que usted, injustificadamente, culpa de muchos de nuestros males.
Y recuerde también que entretener es otro deber de la televisión. Hay formatos televisivos cuyo objetivo y alcance no es simplemente informar, otros que tampoco pretenden enseñar. No le exija a todos los formatos fidelidad histórica. Las diversas narrativas audiovisuales, así como las literarias, permiten licencias. No le pida a Escobar, el patrón del mal absoluta y estricta fidelidad en lo histórico, así como no le pidió a El general en su laberinto, de García Márquez, tal condición. Una enciclopedia con imprecisiones históricas es una basura, pero una novela histórica no lo es, porque desde su formato narrativo y estético, descarta la fidelidad como característica distintiva. De la misma manera, un documental históricamente inverosímil no merece ser visto ni recomendado, pero una serie de televisión no tiene dicha pretensión, y por tanto no puede ser atacada por ello.
A mi juicio, Escobar, el patrón del mal cumple un papel fundamental como ejercicio de recuperación de una memoria histórica parcialmente olvidada. Por primera vez en casi veinte años el país está hablando otra vez de Escobar, de la infame historia escrita por el cartel de Medellín a finales del siglo pasado. La pregunta es: ¿La responsabilidad de enseñarle a los jóvenes menores de 20 años la historia del narcoterrorismo es de Caracol o RCN –quienes no pretenden hacerlo, por el formato que deliberadamente escogieron en esta ocasión para contar esa historia– o es nuestra como padres, madres, docentes o empresarios? ¿Cuántos de esos padres, docentes y empresarios que se quejan, como usted, de esta serie, han discutido la historia –tal como creen que se debe contar– con sus hijos, alumnos o colegas? ¿Cuántos han recomendado documentales o documentos históricamente relevantes para contextualizar ese período histórico a quienes no lo vivieron?
Nuevamente, responsabilizar de la violencia de este país a alguien diferente a uno mismo, es, paradójicamente irresponsable. Si el problema fueran los canales privados, la televisión o la interpretación que hace Andrés Parra de Escobar, aquí no habría violencia hace mucho. Y si aún sigue convencido de que así es, postúlese a la presidencia con un programa de gobierno que prometa cerrar estos canales y retorne al esquema de televisión pública, controlada por su gabinete, que solo emita Plaza Sésamo y documentales todos los días. La historia le reconocerá por siempre como la salvadora que esta nación siempre buscó. “Por un país sin canales privados y sin violencia”, puede ser su lema.
Mi propuesta es diferente. Asuma su parte de responsabilidad en la violencia que tanto repudia, no responsabilice a formatos televisivos que no tienen la pretensión de ser fieles históricamente de no serlo, resista la manipulación de los medios pensando con sentido crítico mientras los ve. Lea más, si así le parece, proponga a sus alumnos, hijos y colegas que lo hagan también. Discuta, recomiende, construya.
Sospecho que el problema de violencia de este país tiene que ver mucho menos con los medios, y mucho más con la manera como nosotros, como individuos responsables, estamos actuando y asumiendo los retos que este nuevo siglo nos impone.
Atentamente,”
Imagen tomada de: http://www.facebook.com/EscobarElPatron
Por Santiago Gómez, director del Programa de Comunicación Audiovisual y Multimedios, Fundación Universitaria del Área Andina, seccional Pereira.